¿Sabes cuál es tu peso ideal?

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¿Sabes cuál es tu peso ideal?

El índice de masa corporal es una simple fórmula matemática que no representa realmente nuestro estado de salud.

Probablemente, te hayas preguntado miles de veces si el número que indica la báscula es señal de que gozas de buena salud. A lo largo de las últimas décadas, para tener una referencia de nuestro peso ideal, siempre nos hemos fijado en el índice de masa corporal o IMC. Como seguro que sabrás, el IMC es un sencillo modelo matemático que relaciona la edad, la altura y el peso de una persona para determinar cuántos kilos debe pesar.

En función de este valor, muchos nutricionistas y dietistas han marcado sus pautas de alimentación con el fin de conseguir la cifra que el IMC ideal marcaba como idónea para sus pacientes. Pero, en este artículo no vamos a abordar cuál es tu peso ideal en base a este cálculo matemático.

Los kilos que debería pesar una persona para estar saludable son tan dispares como individuos hay en el mundo, a pesar de que puedan compartir la misma edad o altura. Por lo tanto, dejar que nuestro peso óptimo solo lo marque una clasificación estadística sería pecar de simplistas y poco realistas.

A continuación, te explicamos qué deberías tener en cuenta para saber si estás en tu peso correcto, más allá de tu IMC. Así como los riesgos para la salud derivados de perseguir solo el peso resultante de esta fórmula.

El origen del IMC

En 1875, el estadístico y matemático, Adolphe Quetelet, publicó una obra llamada ‘Sur l’homme et le développement de ses facultés. Essai d’une physique sociale’. En ella, el autor hace un resumen sobre sus investigaciones en estadística aplicada y establece la tan conocida fórmula para descifrar el IMC (IMC = kg/ m2).

Un siglo más tarde, los estudios de Quetelet son recuperados por Garrow JS. y Webster J., en su obra ‘Quetelet’s index (W/H2) as a measure of fatness’. Estos científicos, después de examinar a 128 individuos, concluyeron que, el índice que había desarrollado Quetelet era un indicador apropiado y fiable para determinar la obesidad.

A partir de allí, los resultados de este último estudio se fueron corroborando y el IMC se estableció como la pauta definitiva para señalar el peso ideal de cada uno.

Por qué el IMC no es un indicador de salud

Ahora bien, primero, debemos tener en cuenta que, el IMC, que se ha vendido como un indicador de salud, es un término estadístico, no médico. Por lo tanto, no tiene en cuenta las particularidades de cada persona, como son: la masa muscular, la genética, el metabolismo, el colesterol, los hábitos diarios… Y un sinfín de factores que son, claramente, determinantes en nuestro peso adecuado.

En este sentido, si el IMC de una persona indica sobrepeso, pero esta lleva una vida activa y una alimentación equilibrada, puede estar perfectamente saludable.

Por otro lado, no debemos olvidar que el IMC es un cálculo racializado, ya que, se inventó en el siglo XIX y basándonos en el hombre blanco occidental. Por lo tanto, no tiene en cuenta a mujeres y hombres de otras etnias que, por lógica, tendrán otra genética y complexión.

Con todo esto, sí cogemos el IMC como referencia universal, estamos interpretando la relación del peso con la salud de una manera muy simplista y sesgada.

¿Qué pasa cuando estamos por debajo de nuestro peso?

Entre 1944 y 1945, el fisiólogo Ancel Benjamin Keys llevó a cabo una investigación conocida como el experimento de Minnesota, cuyos resultados se publicaron en 1950 en el libro ‘Biology of Human Starvation’.

Para este estudio, se sometió a un hambre severa y a una renutrición posterior a más de 400 personas voluntarias. El objetivo era examinar las afectaciones físicas y psíquicas provocadas por la hambruna y una pérdida de peso drástica.

Cuando perdemos kilos el cambio físico es evidente. Ahora bien, ¿eres consciente de lo que le pasa internamente a tu organismo? Los órganos, como el corazón, están hechos de tejido muscular, que se debilita cuando perdemos más peso del que nuestro cuerpo necesita para funcionar bien.

Si nuestros órganos están frágiles, no pueden cumplir con sus funciones básicas. Por lo tanto, podemos tener graves problemas de salud, como la pérdida prolongada de la menstruación, anemia severa o, en el peor de los casos, paro cardíaco.

Por otra parte, una de las consecuencias psíquicas más graves de perder peso es la desnutrición de nuestro cerebro. Es decir, si a nuestro cuerpo no le damos suficiente energía, el cerebro no tiene los nutrientes necesarios para realizar sus procesos. Entre estos está la segregación de serotonina, conocida como la hormona de la felicidad. Una baja producción de esta hormona provoca estrés, depresión y ansiedad.

Por otro lado, un cerebro desnutrido empieza a leer los mensajes del exterior como si estuviera pasando por un período de guerra o de hambruna, por lo tanto, se coloca en modo supervivencia. En este contexto, como su principal objetivo es sobrevivir, se vuelve rígido, inflexible e irritable, sucumbiendo a la persona a una gran infelicidad e insatisfacción con la vida. Piénsalo, ¿por qué crees que la gente que está en dieta restrictiva está de mal humor?

Un último apunte. Al contrario de lo que la opinión mayoritaria cree, para estar por debajo de un peso saludable no hace falta que se nos marquen los huesos. Basta con que alguna de nuestras funciones vitales o psíquicas funcione con irregularidad. Y esto sucederá en un peso diferente según cada persona.

Entonces, ¿cuál es nuestro peso ideal?

Por estas razones, para saber cuál es nuestro peso ideal no deberíamos obsesionarnos con un número concreto. Es mucho más realista y saludable tomar consciencia con nosotras mismas y centrarnos en cómo nos sentimos en las situaciones con las que tenemos que convivir en nuestro día a día.

Por todo esto, tu peso ideal es aquel que:
  • Te permite disfrutar de la vida y gestionar los cambios inesperados con flexibilidad.
  • No te hace obsesionarte con la báscula, con lo que estás comiendo o con el tiempo que dedicas al deporte.
  • Te deja descansar bien, tanto mentalmente, como físicamente.
  • Te permite hacer deporte o actividad física sin agotarte demasiado rápido.
  • Se mantiene en un peso estable, o con pequeñas variaciones, a pesar de no hacer ejercicio.
  • No te hace estar en lucha constante contigo misma.

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